lunes, 23 de mayo de 2011

03.14

En la mano encontré fuertemente apretado un mechero. Un clipper común, normal, mundano. No había rastros de sangre, ni tampoco sed de ella. Solo pisadas de unos grandes zapatos de payaso que se alejaban en dirección noroeste, con aparente prisa. La puerta no mostraba forcejeo alguno, supusimos con desconocida certeza que ella le conocía. Los fotógrafos tomaron instantáneas de la escena. La macabra escenificación de lo real. No pude evitar fijarme que a su derecha, en vilo se sostenían con quietud pétrea dos jarrones de cerámica suiza. Conté también tres docenas de cigarros, asfixiados contra el suelo. Probablemente por el golpe de verdugo a manos -o a pies- de unos zapatos de tacón, del 37 unas veces y otras del 38. Rojos.

Y allí estaba, fue mi compañero el que se percato de pequeño post-it amarillo que colgaba de la nevera. La pista definitiva que nos ayudaría a acabar con esta oleada criminal que azotaba con furia nuestra pequeña urbe.
'¡Qué desazón!' rezaba.
-Es definitivo -le dije- Otro claro caso de pérdida.
-Y ya van 12 este mes -dijo uno de ellos desde el otro lado.

Y por allí, por esa puerta, se fueron las ganas, el tiempo, las dobleces, los desvios de carril y el genio de todo ello. Por allí se fue el amor. Y nadie volvió a saber de él, pero tenemos indicios de que aún no ha abandonado la ciudad. Testigos cuentan que lo han visto en los bancos del parque alimentando a las palomas amputadas que han perdido la oportunidad para volar. No se preocupen, tarde o temprano, daremos con él.

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