miércoles, 16 de marzo de 2011

La inestabilidad de caminar a la pata coja.

Estaba harta de tanta búsqueda y tanta suciedad. De acabar siempre en la misma calle con los zapatos empapados y sin mechero.
Solía encontrar pequeñas cuerdas por el suelo. Cuerdas de máscaras. Cuerdas que unía a un ovillo. Un ovillo, que cada vez era más grande. Y se dió cuenta de que la gente cada vez tenía más capas de máscaras en la cara y que, cada vez, se hacía más difícil arráncarselas en un momento de debilidad.

Y no sólo estaba la humedad, era el caminar a la pata coja y sin rumbo, sin ninguna idea de a donde se dirigía. Y así pasaba el tiempo, dando tumbos de aquí para allá. Viviendo -una vez más- entre el infinito y la Argañosa.

Pero no os creáis que esto siempre fue así, hubo un tiempo en el que ella tenía el camino marcado. Un camino perfectamente asfaltado, pero el tiempo avanza y el camino termina por borrarse.
Y a veces, viaja al País de la Memoria y recuerda que en algún momento de su pesquisa, alguien le dijo 'Sigue el camino de baldosas amarillas'
Pensó que quizá habría opciones -ya sabeis, blanco o negro, frío o caliente, allí o acá- pero se dió cuenta que en un instante había perdido las posibilidades y el tiempo -que quizá se hubiera escapado por el agujero de su pantalón, silenciosamente como se cae la arena, sin que ella se percatara- y es que algunas veces, pensó 'el zapato izquierdo siempre va en el pie izquierdo y no hay más.'


A pesar de eso, a pesar de la inexistencia de un mapa y de la constante lluvia, la búsqueda debe continuar. La incansable búsqueda de un espejo en el que se pueda mirar.

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