sábado, 5 de marzo de 2011

22.03

Una noche le clavó los dientes, se los hundió hasta que quedaron grabados en su espalda. Le suplicó muy cerca del oido, le suplicó tanto que temió no ser complacida. Fue una noche de peticiones y ruegos. De tratos bastardos.Humillaciones, quejas y gemidos que se arrinconaban a un lado de la cama para dejar sitio a más vegaciones. Y al placer. Un placer tan mundano y tan divino como cualquier otro. Una felicidad que te agotaba, te llevaba hasta los extremos, hasta los precipicios más inhóspitos para después abandonarte a la ilustre fortuna del que no tiene un lugar por el que perderse. Una felicidad, al fin y al cabo, momentánea. El puro carpe diem.

El juego. Juegos de voces, saliva. Juegos donde, si no perdias los papeles, perdias las formas. La galantería y los buenos modales quedaban obsoletos, dando lugar a la bestialidad, la brutalidad de salvaje americano, pero sin sombrero y sin humo.
El sentir morir, desfallecer, caer y no tocar el suelo. Dejar de ser. La transformación en movimiento.

Y después, el deseo. La adicción del que no lo necesita.


Y al final de todo, la máscara que te espera en la puerta. La voz en tu oido que te pide 'Parte desde el principio'. Y tú y tu inutil obediencia solitaria.
, saliendo de mi falda.

2 comentarios:

  1. Perderás y perderé. Lo recuperaremos dentro de un buen rato.

    El cap.

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  2. Yo no sé cómo lo hago, pero últimamente siempre comparto cama con vegaciones y placer. Al final me acabo dando cuenta de que, a pesar de tener dos camas, ellas llenan todo el espacio. Tendré que echarlas de allí, ya no quiero dormir más en el suelo.

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