domingo, 2 de octubre de 2011

La simetría de los líquidos ,

La cosa se estaba poniendo mal. Las revueltas urbanas aumentaban. Las farolas parpadeaban y el suelo iniciaba un vaivén tembloroso.
En las entrañas de la ciudad algo se removía. Se retorcía, angustioso, buscandole a él.

Eran unas transformaciones tan sútiles, que los viandantes apenas de percataban de ello. Solamente ella, mirando su vaso -a veces medio lleno y otras medio vacio- vio el paralelismo de las ondas de café. La bonita simetría de los líquidos. Y por un instante, que dividió la partícula más insignificante del tiempo, se olvidó de su búsqueda.
Y durante ese momento: el vacío. Un vacío que le permitió ver la totalidad del mundo. Una totalidad que la agobiaba y la repugnaba. Vió las mochilas llenas de adjetivos y sobrenombres que él les había puesto y nada más. Se giró para mirar a su alrededor y sólo pudo ver palabras.

Cuando, aturdida, volvió en sí -cuando regreso de vuelta a su mundo, al de él- sólo entonces comprendió lo que había visto. Había visto los ojos del Original, lo que él veía.
Allí, en ese café, lo vió. Y sintió lástima y dolor. Después una arcada le recorrió el cuerpo.
Y la lástima desapareció, el sentimiento de rencor e impotencia resurgió con el primer sorbo de un café, ya frío.
Y de pronto, una idea, la enagenación más brillante.


Y otra vez, una vez más, las ondas volvieron a formarse.

No hay comentarios:

Publicar un comentario